domingo, 9 de junio de 2013

Una lectora se mea (literal) y texto para que se mee + gente


Estaba en casa sin salir. No me sentía bien (el tiempo no acompaña y me obliga a estar en casa). La tarde se presentaba gris pero... Ahí estábais vosotras hablándome a través de arrobadas. La carta de Nené relatando la visita a la peluquería me ha hecho reir tánto que, con mi pierna hecha polvo, he tenido que salir corriendo porque me meaba encima (es la pura verdad).
Gracias por recordarme que todavía es posible la risa.

Juani

(Incluyo seguidamente la carta para que se ría más gente...)

Nené a Lita

Así lo veo yo: Compartiendo los pequeños aprendizajes de cada día. Y lo hacemos desde lo que somos: mujeres. Me parece una oportunidad de apoyo mutuo, una ventanita azul a la que asomarse cada día y encontrar la voz amiga. Pues eso, gran dama de la vida, el pensamiento literario es lo que tiene, que una acaba expresándose literariamente. Esto, que en una niña resultaría insufrible, en damas largas como nosotras constituye nuestra expresión natural.

Ayer pasé por el duro trance mensual de la peluquería. Hoy estoy desmotivada, con el pelo como si me hubiera peinado con la Minipimer y cansada, muy cansada. Cuando hace unos días me cedieron el asiento en el autobús, decidí que las canas habían llegado a un punto en el que debía tomar medidas. Me encaminé a la peluquería sabiendo que la cosa no iría bien.

Nada más traspasar el umbral, una de las chicas se lanzó a arrancarme la chaqueta e intentar colocarme una batita cruzada -que a mí no me cruzaba-. Dije que hacía cincuenta años que me vestía sola y que tenía intención de seguir haciéndolo. En la sala de espera me empapé de todo el panorama rosa a nivel nacional e internacional. Una experiencia terrible después de un verano leyendo a Vicent y dándome baños de balneario. La visión de las revistas me llevó a la convicción de que vivo en un país de enfermos y porteras con olor a repollo. Veo el exilio cada vez más cerca, la verdad. Seguidamente me sentaron en un sillón, ante un enorme espejo que proyectaba una luz inclemente sobre mi cara en la que de pronto estaba viendo a mi abuela. Comenzaron a aplicarme el tinte y veinte minutos después, el espejo me devolvió la imagen de mi abuela teñida de rubia pero muy desmejorada. En este momento las fotos de las mujeres en las revistas (prietas, marciales, bronceadas y con las tetas caídas hacia arriba) me colocaron en una situación tan desfavorable que, a punto estuve de tirar la toalla -literalmente-. Me lavaron el pelo mientras, a través del hilo musical, un tío decía que estaba loco por ella. ¡Dios mío! Ya nadie, nunca, “porsiemprejamás” estará loco por mí -pensaba yo-. Me faltó poco para echarme a llorar cuando la oficiala preguntó: ¿Quiere usted “cremita suavizante”? Sí, en el alma –contesté en un rapto de sinceridad-. (A esas horas estoy arrepentida de la falta de autoestima que me impide dejarme las canas y los pelos del sobaco).

Sabía que no iba a ir bien, cuando la chica me preguntó: ¿Dónde lleva la raya? Le expliqué que no llevo raya jamás (la tía puso cara de circunstancias, como si el hecho de no llevarla fuera pecado mortal). Me abrió una raya en el lateral izquierdo. Callé porque ya me daba todo igual y no quería liarla.

Confirmé que no iba a ir bien, cuando comenzó a cortarme el centímetro que pedí; pero midiendo, parece ser, desde la raíz. En ese instante volvió a aparecer mi abuela en el espejo (esta vez disfrazada de quinto o de superviviente de Auschwitz). Acabé pensando que a la peluquera le iba el tema de la raya por las que se debe meter. Seguidamente, sacó un espejo de un cajón con la pretensión de que yo –la víctima- observara el horror desde más ángulos. Me negué. Intentó ponerme laca y pedí al cielo que pulsara el vaporizador al revés y se diera de lleno en los ojos.

¿Sobrevivo a la experiencia otro mes más? ¿Tú que piensas?.

Nené



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